Pantafotos

L a joven algo entrada en carnes y su perro miraban con ironía a los exhaustos deportistas que corrían los últimos metros de la maratón. Mientras tanto pensaban en cosas agradables, como atractivas tortas de chocolate y sabrosos huesos, el paraíso bien a mano y sin esfuerzo.

Q uise prevenirla, pobrecita, pero estaba lejos, allá arriba. La mano multicolor se deslizaba por el muro sigilosamente con toda la intención de apresarla. Al final me fui dejándola que se arreglase como pudiese, después de todo, me dije, es evidente por su aspecto de que no es la Paloma de la Paz

L eo las noticias que llegan del lejano Nepal, adonde un terremoto de 7,8 grados causó una tremenda destrucción a mató miles de personas y me da mucha pena. Estuve allá en 2002 y quedé maravillado por la belleza de sus lugares históricos y por la gentileza de sus habitantes. Quién sabe cuántos de los lugares que admiré ya no siguen en pie.

E sta mañana se corrió la maratón de Montevideo. En mi camino a la agencia pasé por diversas escenas interesantes, es muy bueno que haya tanta gente enrolada en el deporte amateur.

N o recuerdo bien, pero supongo que siendo tan grande y con los techos tan altos, el interior del Sorocabana durante el invierno no era precisamente cálido. Al menos este cliente debía pensar así, porque no se molestó siquiera en quitarse el abrigo ni el sombrero mientras bebía su café y fumaba su cigarrillo.

H ace un rato regresé de enterrar en un claro de un bosque de eucaliptos, a la pequeña Clarissa, la decana de mis gatas. Fue una de las varias felinas que tuve que alimentar de pequeña con cuentagotas y que posiblemente por esa causa quedaron muy ligadas a mí afectivamente, como si yo para ellas fuese una especie de "mamá gato". Tuvo todo lo que una gata mimada puede esperar de la vida y espero que durante los 16 años que pasamos juntos haya sido -en la medida en que eso sea posible en los animales- feliz.

M ientras duró la última dictadura en Uruguay, entre 1973 y 1985, el diario El Dia publicó en su página editorial un gran retrato de don José Batlle y Ordóñez, don Pepe Batlle, como forma de protesta, una táctica bastante sutil, ya que los militares al mando jamás se dieron por aludidos.

E l nuevo proyecto de decoración urbana puesto en práctica en Montevideo permite fotografiar escenas preparadas de antemano, en una suerte de ready mades  Duchampianos que facilitan mucho la tarea del fotógrafo callejero. Pronto habrá una aplicación para celulares que hará el trabajo aún más simple. ¡Bravo por el departamento de cultura!

A veces, cuando estoy tomando fotos aparentemente solo, tengo igualmente la sensación de que me están observando, de que me miran o incluso vigilan atentamente mis movimientos. Pero como soy una persona sana de espíritu y además no quiero terminar en el sillón del psicoanalista por esa nimiedad, de inmediato descarto esa posibilidad y me digo que no es nada más que un poco de paranoia.

M i amigo Federico Rubio está dando un excelente taller de fotografía este fin de semana en la Fundación Atchugarry en Manantiales, cerca de Punta del Este. En cierto momento, mientras daba una explicación técnica particularmente interesante, logré captar la intensa atención con que lo escuchaba una joven asomada a la ventana.

U nas cuadras más allá del lugar donde tomé la foto que puse ayer, estaba este otro lector, en un lugar más sombrío, como si se ocultase de algo. ¿Tendría vergüenza de que lo viesen leyendo un libro de papel en esta época de celulares y tablets?.

A yer de noche al salir de la agencia, eran más de las ocho y media, en medio de la plaza del Entrevero pasé junto a este solitario lector enfrascado en su libro, y pensé que en realidad no estaba tan solo como parecía, vaya uno a saber cuán poblado estaba el mundo que vivía en esas páginas entintadas.

L a levemente ominosa presencia de ese par de zapatos femeninos olvidados sobre la arena de la playa me hace pensar en su dueña, dónde estará, si simplemente los dejó allí abandonados o se los quitó antes de adentrarse en las aguas como Alfonsina y desaparecer para siempre. Busco con la mirada en la superficie del rio como mar  pero no alcanzo a ver nada, únicamente olas y espuma blanca.

V engo fotografiando a estos amigos ajedrecistas desde hace años, paso casi todos los día por alli camino a, o de regreso de mi trabajo en la agencia, y siempre me fijo a ver si descubro un ángulo o una situación diferente. Ayer me gustó ver a esos dos solos, sin la silenciosa hinchada habitual a su alrededor, mientras caía la noche y las luces de la ciudad se iban despertando, totalmente abstraídos.

H oy falleció el escritor Eduardo Galeano. Muy conocido dentro y fuera de fronteras, con su libro "Las venas abiertas de América Latina" motivó en su momento a jóvenes de todo el mundo a conocer la problemática de nuestro continente, inspirando a muchos escritores y fotógrafos, como en el caso de gran fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado. Aunque recientemente leí en Revista Ñ que hizo una correciones conceptuales sobre ese libro en particular, aún recuerdo el impacto que tuvo en mí y en mucha gente que me rodeaba cuando fue publicado, en 1971.

N o lo puedo evitar, está en mi naturaleza. El fotógrafo y el cinéfilo que conviven en mí se sobresaltan cuando veo una escena mal encuadrada, como en este caso. Y que no me vengan conque lo se quería enfocar eran las nubes, eso no me lo creo.

E staba enfrascado en su lectura, poco menos que envuelto en su diario como procurando abrigo, sumergido en las noticias del día, probablemente poco apasionantes, estábamos en plena dictadura y corría la censura.

L a fama tiene sus ventajas y sus desventajas, eso cualquiera lo sabe. Ya alejado de la presidencia, el Pepe se ha dedicado a apoyar la candidatura de su esposa Lucía a la intendencia de Montevideo. Y allí estaba el miércoles pasado en la plaza Libertad, sentado en medio de un grupo de militantes que promovían a su consorte, accediendo resignado a los entusiastas pedidos de sus partidarios que querían retratarse con su líder. Apuesto cualquier cosa  a que a pesar de su mejor buena voluntad él preferiría estar haciendo otra cosa, se le nota en la cara, pero al final eso no es sino un contratiempo más que hay que soportar como compensación por ser tan popular.

A rrinconada, semioculta, la intrépida bañista se empeña en hacer playa aunque el almanaque diga que no, que ya pasó el momento, que hay que dejársela a las aves. Esta suerte de prolongación del verano que estamos viviendo debido al cambio climático debe ser aprovechada.

A lguien podrá argumentar que soy yo, que me fijo en la mitad vacía del vaso y no en la llena, pero qué quieren que les diga, hay algo en esta escena que me parece que ha quedado sin terminar, incompleto.

Y a no quedaban trazas de la batalla, pero estoy seguro de que la hubo. Los conquistadores desembarcaron en la Playa Ramírez y fueron recibidos con alborozo por los indígenas, contentísimos por la llegada de tan apetitosos extranjeros. Tras un intenso y provechoso intercambio de disparos por flechas, los sobrevivientes de los recién llegados se volvieron, molestos, a sus naves y los demás se quedaron -a la fuerza, hay que decirlo- para ocupar su lugar en la mesa de los indios junto a otros alimentos. El almuerzo estaba pronto.

C omo hoy es Viernes Santo, elegí esta imagen tomada durante la Semana Santa de 1999 en el camino al santuario de Punta Corral, en el norte argentino. Según me aseguraron, se trataba de la entrada al Paraíso, pero no podría confirmarlo, no pude ir por ese camino porque en ese momento estaba yendo para otro lado.

P arecían dos náufragas, tiradas sobre la arena, bajo el sol indolente del otoño, tratando de rescatar algo del verano antes de que las frías olas del invierno lo cubriesen durante largos meses.

E se asunto de la inseguridad ciudadana ha vuelto paranoica a mucha gente. Este bañista decidió aprovechar la prolongación del buen tiempo estival en el otoño y disfrutar de la playa de Piriápolis. Pero se ve que antes tuvo la precaución de pedirle a sus vecinos los Baskerville que le prestaran un sabueso -o un mastín- para que lo custodiara mientras disfrutaba de su indolencia provisoria. Como no habría ninguno disponible, se las tuvo que arreglar con este modesto mini-Cancerbero, que de todas formas, parece haberse tomado su tarea muy a pecho, o más bien, a pechito.