Pantafotos

Llueve en Montevideo, me acuerdo de aquella estrofa de Vallejo que dice, " En Lima...En Lima está lloviendo el agua sucia de un dolor qué mortífero! Está lloviendo de la gotera de tu amor ", y también a la lluvia veneciana y sus curas y monjas con sus paraguas.

F ue un poco desconcertante, por un momento no supe si estaba en Venecia o en el Altiplano, uno de los inconvenientes de viajar a menudo es que uno puede desorientarse con facilidad.

A l igual que los habitantes de cualquier otra ciudad, los venecianos prefieren dejar sus vehículos estacionados frente a la puerta de sus casas, es más cómodo y los pueden vigilar mejor.

L a vida diaria en una ciudad como Venecia puede ser muy interesante y para los fotógrafos y artistas en general, muy inspiradora.

L os venecianos tienen razón, en invierno su ciudad cobra un encanto muy especial, en parte debido a la relativa ausencia de turistas, ya que por estar situada sobre el mar, durante los meses invernales la Serenísima puede tornarse un tanto inhóspita.

M ientras buscaba una salida de la dimensión paralela en la que sin querer había entrado, encontré varios caminos, alguno de ellos muy ambiguos, dando paso y negándolo al mismo teiempo, sí pero no , como algunas personas que todos conocemos o hemos conocido.

A provechando que la tarde estaba hermosa salí a caminar un rato por la rambla de Piriápolis y en determinado momento creo que me extravié y terminé en esa suerte de micro-jungla. Debo haberme corrido de dimensión una vez más inadvertidamente.

E sta mañana, contra mi costumbre, vine a la agencia en autobús, y enfrente de mí estaban estas dos damas, pertenecientes a diferentes generaciones, cada una de ellas con su manera de pasar el tiempo muerto lo mejor posible durante el viaje. Dos generaciones, dos maneras diferentes de hacerlo,

E stamos recién en la mitad del invierno y ya comienzo a sentir nostalgia de la playa; por suerte tengo fotos para matar a saudade en cantidad suficiente como para ir tirando hasta que llegue el tiempo más clemente.

N o sé qué querrá decir, pero parecería como si alguien intentase transmitirnos alguna suerte de mensaje de advertencia, aunque de manera tan críptica que posiblemente ésta pase desapercibida, lástima...

L os tenían arrinconados, los graffitis habían ido tomando todo el espacio hasta dejarlos rodeados y al margen. Los graffitis en Montevideo están empezando a pasarse de la raya...

A yer, cuando salí de la agencia rumbo a casa, al pasar por la plaza del Entrevero vi que estaban los habituales bailarines de tango de los fines de semana. Hacía un frío de perros, o como dicen los franceses, de patos, de modo que muchos de ellos estaban bien abrigados. La señora del primer plano, para levantar un poco los ánimos en esa tarde gris, tenía puesta una bufanda de vivos colores. A mal tiempo, colores vivos.

L a primera vez que fui a Venecia quedé totalmente deslumbrado. Pero para sus habitantes, lo que a mí me maravillaba era algo de todos los días, no es que no les gustase, por supuesto, pero estaban acostumbrados. Podían continuar con su vida sin estar girando la cabeza para todos lados, como yo.

H ay ciudades que envueltas en la bruma  son quizás más bellas que en los días soleados, Venecia es una de ellas. Una vez un veneciano me dijo que ellos prefieren su ciudad en invierno, porque además de tenerla prácticamente para ellos solos, la lluvia, la niebla o la nieve la hacen más sugerente.

P ara contrarrstar la notoria influencia felina en la Serenísima , algunos de sus residentes han solicitado la asistencia de canes, que aunque están en notoria inferioridad numérica, se hacen valer lo mejor que pueden.

P asé por allí en el momento preciso en el que uno de los volúmenes que estaban en la vidriera de esa pequeña librería se escapaba en puntas de pie.

D e retorno en Venecia con sus gatos, hay que reconocer que los gatos venecianos a veces suelen ubicarse en lugares en los que, además de recibir los cálidos rayos solares, están a la vista para que cualquiera que pase pueda rendirles su admirado tributo. Tan modestos como ubicuos, los felinos.

O tra imagen de soledad invernal en la playa carrasco.

A unque era al mediodía, caminando por ese sector de la costa montevideana tan desierto, me sentía como empujado  hacia una especie de vacío existencial.

O tro ángulo de la playa desierta, azotada por el viento heladito del sur, como debe ser en el invierno.

F inalmente ha salido el sol, este mediodía la playa de Carrasco, bañada por una luz particularmente bella, estaba vacía, durmiendo apaciblemente bajo el tibio sol.

R ecorriendo orgullosamente su zona de control con el profesionalismo adecuado, este felino (o felina) estaba atento por si a las malvadas ratas negras se les daba por invadir de nuevo su comarca. Y de paso, embellecía el paisaje...

E stá garuando, me recuerda a la romántica Venecia bajo la lluvia, salvando las diferencias, claro, no podemos comparar...en Venecia hay góndolas.

H aciendo valer su pasado combativo y glorioso, los felinos venecianos se ponen exigentes a la hora de elegir los manjares con los que agradar sus finos paladares e insisten en escoger ellos mismo las delicatessen para llevar a sus pequeñas y voraces fauces.