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Quizás fatigado por la penumbra que reinaba en las salas del museo de bellas artes, adonde se había reducido la iluminación porque se exponía arte virtual y deseando echar un atisbo al mundo real, el hombre corrió el cortinado y se asomó hacia el espectáculo que ofrecía graciosamente la bahía de Hong Kong. Él miraba hacia afuera, yo lo miré a él a través del visor de mi cámara y el que mira esta imagen nos espía a los dos, como si fuese una sucesión de cajas chinas, metidas unas dentro de otras.
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