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Recorría el gran campamento montado a las afueras del poblado de Pushkar durante el mercado anual de camellos, el mayor del mundo y el hombre me hizo gestos para que me acercase a sentarme frente a él. Vendía caballos, unos animales muy hermosos. Solamente podíamos comunicarnos mediante el lenguaje gestual, pero nos las arreglamos bastante bien durante un rato. En determinado momento, para dar énfasis a uno de esos gestos, me dió una palmadita amable en el hombro con su manaza acostumbrada a sujetar las bridas de sus equinos y sentí como si me hubiese dado con una pala.
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