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El puerto no está lejos, pero para el velero es como si no existiese, metido en su vitrina, viendo apenas a la gente pasar apresurada sin detenerse siquiera a admirar, aunque no sea más que un instante, sus esbeltas líneas, su blanco velamen para siempre desplegado por un viento de popa que no lo llevará jamás a ninguna parte.
Condenado a un exilio inmerecido detrás de los cristales, el velero sueña en vano con mares remotos e imposibles.
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