Se me acabaron las vacaciones estivales y a disgusto he debido despedirme de la arena rubia y del "proceloso mar", como dice en la Ilíada. Fueron quince días de deliberado ocio, de abundante lectura y de largas y demoradas nadadas a lo largo de la costa, asomando la cabeza del agua cada tanto para disfrutar la vista de la ciudad a lo lejos. También hice algunas fotos. Haciendo el balance, no me puedo quejar.
También lo bueno se acaba, como me dice mi dentista como consuelo al terminarme un tratamiento de conducto.
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