Al comienzo no se le notaba, pero poco a poco la tumoración fue creciendo hasta afear su aspecto, tanto, que los amables perros dejaron de rociar su base con su orina, asustados por su aspecto tan cambiante. Luego fueron los otros árboles los que dejaron de hablarle, como si el pobre tuviese la culpa de su desgracia, pero es que hay animales y árboles muy mezquinos. Al final el pobrecito quedó totalmente segregado, mal que aqueja con frecuencia a aquellos que son considerados portadores del estigma de ser distintos.
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