El perrito dormía plácidamente sobre el mostrador de la mercería, imperturbable incluso a las eventuales caricias de alguna clienta. En eso entró un hombre grandote y simpático que rápidamente nos informó de su profesión, que era la de cantor callejero. Para demostrarlo, entonó con entusiasmo las primeras estrofas de aquella canzonetta que dice "
Che cosa bella, la giornatt´al sole...!", en su versión disonante. Sin poder evitar escucharlo, el perrito se incorporó, sorprendido. "Mi hija le ponía canciones de Enya cuando era chiquito" -dijo su dueña. Argumenté que entonces habría que cantarle en galés, pero como el hombre no tenía canciones en ese idioma en su repertorio, buscó en unos papeles y atacó con renovados bríos una versión terrible de "
Strangers in the Night". Eso fue demasiado para el pobre animalito, que rápidamente se refugió tembloroso en los protectores brazos de su dueña.
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