Sé de un cierto pequeño jardín, oculto tras un alto muro en una vieja casa del barrio Palermo, cuya entrada está clausurada por un portón de rejas a la cual le han adosado una oxidada chapa metálica para ocultar su interior de las miradas indiscretas. He oído decir que una vez traspuesto ese portón, el jardín luce inmenso y está poblado de plantas exóticas, entre las cuales circulan, en total libertad, pequeños seres desconocidos e indiferentes. También me han confiado, entre temerosos susurros, que ese jardín de maravillas está custodiado por un tenebroso ser primordial, una suerte de dragón implacable, y que pocos han logrado entrar en el vergel y volver a salir para contarlo. Pero también se dice, aunque sea difícil confirmarlo, que esos escasos seres elegidos, han vuelto cambiados y que en sus rostros luce la sonrisa de quien ha comprendido y está más allá de todo para siempre.
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