Llueve a cántaros, como sólo llueve en los trópicos, y mientras los clientes juntan coraje para arrimarse hasta el restaurante en la calle, con sus mesas y la cocina en la vereda, uno de sus dueños se sumerge un rato en su diario para enterarse un poco de lo que ocurre más allá del barrio chino de Kuala Lumpur.
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