Allí estaban, emboscados en el interior de la galería, pero con un buen ángulo de visión hacia la calle, los vestidos de fiesta. Cada tanto pescaban a alguna posible clienta, que se detenía ante ellos con aire de arrobo, era cosa hecha. Situados junto a la avenida, muy concurrida a esa hora, no podían fallar, era casi como pescar en un barril.
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