La esfinge

Allá arriba, echada sobre el techo del Palacio Legislativo, la pobre esfinge se aburría a muerte. "No hay derecho", se quejaba melancólicamente, "estos uruguayos opinan de todo, creeen saberlo todo, ya nadie utiliza mis habilidades predictivas, las esfinges sabemos mucho de adivinanzas..." Y en ese mismo momento, más abajo, sentados en la mesa de algún café o acodados a la barra, un grupo de amigos dictaminaba alegremente acerca de la solución definitiva de todos los problemas: fútbol, política, economía, lo que viniese. Una maravilla de la naturaleza, algo así como un país enteramente poblado por esfinges...

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