Planchando



Caía la tarde y ya había llegado su reemplazo, la noche. La vieja dama, primorosamente ataviada y con su nueva cartera bien sujeta bajo las manos enguantadas,  permanecía sentadita en el banco de la plaza, mientras ahí no más, en la vereda, las parejas se enredaban en tangos  de Arolas o de Greco con movimientos rituales de una elegancia felina. Nadie la invitaba a dar unos pasos leves al son de la música; como decíamos antes, no sé qué es lo que se usará ahora, estaba "planchando".

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