En la oficina

Para muchos clientes el Sorocabana -simplemente El Soro, para los habitués- era también su oficina o estudio en el centro. Yo leí capítulos enteros de mis pesados librotes de medicina sentado en alguna de sus mesas mientras esperaba a mi novia o a que se presentara algún amigo. Mediante la modesta consumición de un simple café a la brasilera uno podía pasarse toda la tarde sin que los relativamente displicentes mozos lo acosasen. Más bien éramos los clientes los que debíamos perseguirlos a ellos para que nos atendiesen. Pero todo en muy buena onda, las relaciones entre clientes y mozos eran cordiales e incluso nos tratábamos con cierta respetuosa familiaridad.

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