Pantafotos

E l predicador se esforzaba en ser claro y didáctico, se notaba que tenía experiencia en andar dando sermones por la calle. Por otra parte tenía a su favor el estar cerca del cementerio, cercanía que eventualmente podía motivar a los escépticos a pensar un poco en el más allá. Sin embargo, por momentos daba toda la impresión de estar arando en el desierto.

E legantemente vestidos con sus atuendos de plumas de avestruz, los "samilantes" aguardaban junto a la iglesia del poblado que llegase el momento de participar en sus pintorescos rituales.

M ientras no llegaban sus clientes/pacientes/fieles, con sus paquetes de pecados y pecadillos para descargar sobre sus hombros, el confesor se entretenía leyendo...el Evangelio. Para estar siempre al día, debo suponer, nunca se sabe con qué cosas pueden caer algunos/as pecadores/as.

M e llamó la atención la rapidez y aparente entusiasmo conque los empleados de ese museo, o lo que fuese, ya no lo recuerdo, lavaban la escalera. Posiblemente considerasen que cuanto más rápido lo hiciesen, antes iban a terminar y quedar libres, no sé, pero se movían de tal forma que parecía un ballet.

C uando uno viaja a la India (o a cualquier otro lugar) para ver cómo es la vida diaria por allí, lejos de los lugares turísticos, las incomodidades no importan; son el magro precio que hay que pagar por el derecho a fisgonear en otra cultura. Ese día en Varanasi tuve suerte, se celebraba un festival en honor de Krishna, el Nagna thaia y todos estaban felices, incluso los policías y el señor sentado en el estrado con aire digno y cara de acuerdo con su rol.

L uego de viajar lo suficiente por la India en trenes repletos de pasajeros, uno genera anticuerpos contra el apiñamiento. Por eso voy y/o vengo del trabajo a pie, aunque los omnibuses de acá no vayan siempre tan llenos y las distancias sean más cortas.

A veces, cuando vuelvo a casa cargado con bolsas de alimentos y antes de empezar a quejarme, me acuerdo de mis congéneres indios, cargados como hormigas en medio de la constante muchedumbre, me contengo. Mal de muchos...

N andi, el toro del dios Shiva, no podía dormir y para llamar al sueño, contaba niños, o eso me pareció, al menos.

C aía la tarde y en la explanada municipal, pese a que estaba casi vacía de gente, reinaba el caos. Una enorme pantalla -he notado que vienen cada día más grandes- mostraba la imagen de una muchacha que lloraba, un hombre con todo el aspecto de estar borracho o loco le hacía gestos o la saludaba, y el habitué del lugar, el David, lo seguía todo desde lejos, completamente desnudo e imperturbable. No tuve más remedio que levantar la cámara y dispararla, generalmente funciona.

N o hace falta ir a tierras lejanas para encontrar exotismo. A pocas cuadras de mi casa me topé esta misma tarde con estos tres personajes: la griega esa que no usa sostén y tampoco brazos, pero que se las arregla para andar por todas partes; uno de los enanos de Blancanieves, y esa muchacha morocha de aspecto aindiado,que no sé quién pueda ser. Solamente faltaba el gigante dueño del zapatito en primer plano. Es un poco como viajar sin alejarse mucho de su casa.

O tra imagen del Tibet más tradicional: esta vez una peregrina haciendo una reverencia antes de entrar a una capilla en el monasterio Sera, que queda a las afueras de Lhasa (sí, ya sé que lo dije antes).

N aturalmente, en un país tan ligado a la tradición como el Tíbet, hoy parte de China, no es difícil encontrar rastros del pasado; basta con alejarse un poco de los centros más poblados. En esta imagen algunos peregrinos visitan el monasterio Ganden, a 40 km de Lhasa, ubicado sobre una montaña y a 4.500 metros de altitud. Esa mañana me sentí caminando entre las nubes.

E ra un tanto confuso; una bandera brasileña y grandes fotografías de astros del fútbol mundial en esa casa de té tan antigua en el monasterio Sera, a las afueras de Lhasa, a la cual ya me he referido anteriormente. La globalización está llegando a los lugares más alejados y pronto no habrá más remedio que buscar lugares que aún no hayan sido alcanzados por ella en el espacio exterior.

L os pobres equinos no entendían nada. ¿Porqué corren esos automóviles, cuál es el motivo de tanta prisa? -se preguntaban. Yo no pude ayudarlos, porque tampoco tenía la respuesta, y de todas formas, estaba de acuerdo con ellos.

L a vendedora tailandesa se detuvo un instante en la calle a descansar cerca de dos imágenes clásicas: una reproducción de una estatua romana mostrando a un tritón, al fondo, y más cerca, una inefable botellita de Coca Cola; dos momentos estelares de nuestra civilización occidental y judeo-cristiana.

P arece ser que en algunos lugares exóticos, como en la antigua Lhasa, capital del Tíbet, la gente reverencia las motocicletas y motonetas, consideradas como seres míticos con poderes mágicos muy particulares (la capacidad de trasladar a las personas a distancia, etc.). Eso fue lo que me contaron, al menos, o lo que creí entender; no hablo nada de tibetano y la alternativa era el mandarín, lengua que conozco poco y mal,

¡ V ení a ver esto! -me dijeron y corrí a asomarme a la ventana del desk a tiempo para ver como un grupo de ciudadanos se colocaba en la tradicional formación militar romana conocida como la "tortuga". Ésta consistía en colocar los escudos cubriendo todos los lados que pudiesen ser blanco de flechas enemigas y se empleaba mucho durante los sitios a ciudades amuralladas. Pero por más que busqué, no pude detectar de dónde podría provenir la amenaza que los obligaba a cubrirse, así que una de dos: o yo soy muy tonto o ellos eran un montón de paranoicos.

E n Venecia ocurre lo mismo que he mostrado en Roma, a sus habitantes le interesa el consumo, pero en la Serenísima no hay motonetas, en su lugar utilizan góndolas, que son más silenciosas. ¿Y los autos para qué los quieren entonces? Allí no hay calles, es decir, hay calles , se llaman así, pero son canales. Por si alguno quiere irse, claro.

E n Roma piensan a lo grande, nada de imágenes hechas así no más, con materiales bastos y motonetitas de unas pocas liras. No, los eximios e históricos personajes que habitan la ciudad de las siete colinas miran más lejos, lo que no significa que tomen sus decisiones a la ligera.

U nos verdaderos copiones, tratando de imitar la escena de la entrada de ayer, pero sin mucho estilo. Roma es Roma, qué les puedo decir...

S iempre me gustó el contraste entre lo nuevo y lo antiguo como elementos opuestos y complementarios entre sí. Roma no sería lo que es sin esas aparentes disonancias temporales, en realidad, simples notas de esa sinfonía que es la ciudad.

E l hombre se detuvo frente a un pequeño nicho en una pared del templo, junto a la pintura del carruaje con los dioses y se puso a hacer algo, no me pregunten qué, pero hacía cosas, créanme. Si alguien tiene alguna idea de qué cosa podría haberlo estado ocupando en ese momento, que me lo diga, confieso que cuando tomé la foto estaba preocupado encuadrando y no me fijé en ese detalle.

I magen tomada muy temprano por la mañana en Varanasi. La ciudad sagrada junto al río ídem se desperezaba lentamente y algunos devotos se bañaban en sus aguas para purificarse tras hacer sus pujas, u oraciones, matinales. Como soy un descreído, lo último que me pasó por la cabeza fue meter siquiera un dedo en esas aguas ultra-contaminadas por todo tipo de desechos, incluso restos humanos, pero visualmente era maravilloso.

A quí ya hace un buen rato que se ha puesto el sol, pero en la foto aún no y las tres niñas, que acaban de salir de la escuela, juegan un rato más en la plaza antes de regresar a sus casas.

L os demás dormían o simplemente descansaban -creo que eran trabajadores del metro de Delhi, en construcción- pero él parecía estar interesado en su diario. Otra imagen para mi serie de lectores, tomada en el centro de Nueva Delhi durante mi primer viaje a la India, en 2002.

E n el momento en que tomaba la foto no lo vi, pero supongo que andaba cerca. Mirando hacia el magro montoncito que formaban las pertenencias del mendigo colocadas en medio de la calle, se me ocurrió que le preocupaba la religión, al menos tomando en cuenta la foto del dios Hanuman, a la izquierda, y a su lado, un almanaque sugería que también el pasaje del tiempo. Igual que a la mayoría de la gente, después de todo, mendigos o no.

R odeado por tantas imágenes del rey y otros personajes dignos de ser puestos en una pintura, el joven se sentía abrumado, así que se decidió a cortar por lo sano: cerrando los ojos se dispuso a dormitar y a soñar con algo más a su gusto.

E n estos días leía en la prensa que el gobierno noruego, tras el asesinato masivo de muchos de sus ciudadanos cometido por otro de ellos, rubio y antiislámico, ha prohibido la venta de dos juegos de computadora que divertían -y supuestamente preparaban- al asesino para su infame tarea. Con una lógica especular, podría decirse que gracias a esos juegos muchos asesinos potenciales canalizan sus pulsiones mortíferas hacia el mundo virtual, salvándose así muchas vidas. No sé si alguna/ninguna de estas posibilidades es acertada, pero se me ocurre que en lugar de dedicarse a prohibir juegos de computadora, los servicios de inteligencia podrían dedicarse un poco más a investigar a la extrema derecha europea, declaradamente antisemita y antiislámica por igual, de la cual surgió este triste personaje al que hago referencia.

D eberán perdonar mi insistencia sobre el tema, pero estoy convencido de que estamos bajo vigilancia, o al menos yo lo estoy. No es nada nuevo, lo vengo percibiendo desde hace ya bastante tiempo. Esta irrefutable prueba, por ejemplo, la obtuve en 1998, apenas 14 años después de lo de Orwell. No sé si en este caso se trataba o no del Gran Hermano, pero sí que me contemplaba con una mirada aviesa que no prometía nada bueno.

E l conductor de rickshaw esperaba tranquilamente por sus clientes, que nunca dejaban de aparecer. Entretanto, se deleitaba con la vista del paisaje de campos cultivados y verdes bosques que tenía frente a sus ojos. Miro la foto ahora y me viene a la memoria el título de una canción de Tom Jobim de 1964, Inútil Paisagem, no sé por qué será.

A primera vista el policía de la moto podría parecer algo extraño, hasta me atrevería a decir, un tanto siniestro. Sin embargo, nunca hay que dejarse arrastrar por primeras impresiones: me consta que era simplemente el archifamoso Llanero Solitario , en su versión tailandesa, claro está.