H ace unos cinco o seis años había, a la entrada de la escollera Sarandí, un puesto de venta de bebidas y comestibles. Su aspecto era decadente, muy montevideano y consistía poco menos que en un carrito de chorizos apenas mejorado. Un aciago día un grupo de urbanistas, seguramente pertenecientes al selecto grupo de los Illuminati , decidió, concurso mediante y con todas las garantías del caso, barrer con todo lo que había allí afeando el paisaje y en su lugar construir una plaza ad hoc . El proyecto seleccionado consistió en un diseño innovador que concluyó en una construcción curiosa de corte post-apocalíptico, un paisaje que sugería una zona alcanzada por un ataque nuclear sorpresivo y exitoso. No importó que el modesto carrito proveyese de tortas fritas, chorizos, refrescos y agua caliente para el mate a los cientos de montevideanos que iban a pescar a la escollera o simplemente a pasear cada fin de semana. Ahora no hay nada, solo un páramo, que aunque ya no es radiactivo, sí...