Pantafotos

P odría pensarse que c astillos era un pueblo adormilado adonde nada ocurría, especialmente durante las tardes de verano, pero no es cierto. En la plaza del pueblo era posible registrar una intensa actividad social, en particular, entre los más jóvenes.

M e gustaba mucho ir a fotografiar a Castillos, daba la impresión de que el tiempo se hubiese detenido y me recordaba al Sarandí del Yi de mi infancia. No sé cómo estará ahora, hace muchísimo tiempo que no paso por allí, pero el interior ha cambiado mucho en los últimos años, por lo poco que he podido ver.

P ara que la imagen hubiese estado perfectamente adecuada al estereotipo, junto al niño tendría que haber estado echado, pero con aire satisfecho, un perrito lanudo y simpáticón. Pero qué se le va a hacer, las cosas se dan como vienen...

A inicios de los 70 mis padres tenían una casa frente al mar en Aguas Dulces, en el departamento de Rocha, adonde toda la familia, gato incluido, íbamos a pasar gran parte del verano. A menudo me tomaba el autobús local y me iba al cercano poblado de Castillos, a fotografiar. Era un lugar interesante y con gente muy amable, tomé fotografías muy interesantes alli.

M is amigos Alberto, Marina y Julio ocupándose de un paciente. Hoy son los tres médicos brillantes y reconocidos, en aquella época ya eran buenos estudiantes. Los retraté con mi leica y un 35mm que aún conservo y no pierdo las esperanzas de volver a utilizar con alguna cámara digital en algún momento.

E l tránsito en Montevideo es muy desorganizado y agresivo, y los llamados "conductores profesionales", como taximetristas y conductores de autobuses, lejos de dar el ejemplo de lo que debe ser el comportamiento en el tráfico, son parte del problema, por lo que no es extraño que el resto de los conductores suelan detestarlos. Empezar la mañana teniendo que lidiar con algunos de esos personajes no es precisamente lo más aconsejable para tener un buen día.

F ormar parte de la guardia, aunque fuese apenas como estudiante, me garantizaba un cierto grado de invisibilidad, podía fotografiar a gusto, nadie se fijaba en lo que hacía.

D urante algún tiempo me interesó la medicina, o al menos así quería creerlo, pero de todas formas llevaba siempre conmigo mi fiel leica, como en esta guardia en el Maciel, adonde me mis amigos permitieron fotografiar durante una intervención quirúrgica. Confieso que de todas formas me parecía más interesante fotografiar durante la operación, que ésta en sí misma.

C uando comencé a ir a los hospitales, el que me gustaba más era el Maciel, en la Ciudad Vieja. Allí había estudiado mi abuelo, entre otros, en la segunda década del siglo 20 y yo sospechaba que en los cincuenta y tantos años que habían transcurrido no había cambiado mucho.

A los pocos años de haber comenzado a estudiar medicina, ya me había dando cuenta de que como carrera no me gustaba. Por aquellos años un médico joven únicamente podía aspirar a conseguir algún puesto menor en el sistema mutualista o en la salud pública. Y a los hospitales públicos los encontraba bastante deprimentes.

B ueno, parece que ya estoy expulsando los virus de la gripe. Hacía tiempo que no tenía algo así, que durase tantos días, y debo agradecerle especialmente a mis gatas de compañía que estuviesen a mi lado, no en busca de calor, como insidiosamente sugiere mi mujer, sino para reconfortarme, ya que no me sentía con fuerzas ni para leer...

Q uiero comunicar por este único medio que mi momentánea (espero) ausencia se debe a que me pilló una gripe de aquéllas, de la que recién comienzo a recuperarme. Me tranquiliza el hecho de no haber pasado por África recientemente y que además no puede tratarse de la peste porque mi legión de valientes gatas no les permite acercarse a la siniestras ratas negras, vectores de la maléfica plaga.

Y a va quedando poco del invierno, o al menos, así queremos creerlo. Pronto podremos retornar a la costa, a remojarnos en las tibias aguas del Rio de la Plata, a lucir nuestros bronceados y atléticos cuerpos, cuidadosamente modelados por la práctica de los deportes al aire libre y alguna sabia y estudiada dieta.

A yer fui a retratar al escritor Colombiano Jorge Franco, ganador del Premio Alfaguara 2014 con su novela El mundo de afuera . Fotografiar pintores o escritores me ha dado la posibilidad de conocer a mucha gente inteligente y creativa, y en muchas ocasiones, como en este caso, encantadora, lo que no deja de ser todo un privilegio.

N o sé cuál de las dos era la adivina y cuál la clienta, pero la mujer de la derecha parecía esforzarse en ser convincente, me pregunto de qué hablarían, de qué futuro incierto.

A ún es temprano y el centro de la ciudad recién comienza a despertar. Pero no es cuestión de arriesgar la vida atravesando el incipiente tráfico para llevarle el desayuno a algún madrugador; un buen mozo de café sabe cuándo mantenerse al margen prudentemente para poder llevarle las bandejas a sus clientes otra mañana.

A lgunas veces el espectáculo no se desarrolla tanto sobre el supuesto escenario, como debería ser, sino del lado opuesto, entre el mismo público. En esa ocasión, durante una celebración de la fiesta de Iemanjá en la playa Ramírez, me pareció así y tomé esta fotografía de los espectadores sentados sobre los muros de la rambla.

C uando hace demasiado frío como para simplemente pasearse por la rambla sur, siempre queda el recurso de hacer un poco de ejercicio para entrar en calor...

A primera vista podría pensarse que era un simple bañista, después de todo, corría enero, pero yo, con mi ojo avezado de ex marino, acostumbrado a los peligros del mar, supe enseguida que el yaciente se trataba de un náufrago, arrojado a nuestras costas luego de que su bajel zozobrase en el piélago durante una tormenta.

A unque rodeado de computadoras, lectores electrónicos, teléfonos "ïnteligentes" y demás, el viejo libro, con sus páginas blancas y acariciables aún conserva un lugar, no solamente en nuestros nostálgicos corazones, sino en nuestras bibliotecas, en la mesita de luz y hasta en medio de las arrogantes y despechadas pantallas.

E l músico callejero tocaba muy bien, daba gusto escucharlo. Pero el público que tenía enfrente, si bien se comportaba con total corrección, por momentos se distraía, como si los blues no les dijesen gran cosa, pero eso puede ser tan solo una apreciación mía errónea, no me hagan mucho caso.

A llá a lo alto, asomado al borde del edificio y aparentemente sin saber qué actitud tomar, el arbusto miraba en todas direcciones buscando una vía de escape. El cemento y el vidrio no eran para él, necesitaba un poco de tierra fértil para sentar raíces, como debe hacer todo buen arbusto, pero por el momento parecía perdido, ¿qué hacer?

O tro ready-made en la rambla, esperando por alguien que se digne encuadrarlo en el visor de su cámara.

¡ V aya agosto, después del frío intenso de los días pasados, ahora hace calor y está húmedo! Ya comenzamos a sentir nostalgia del tiempo en que los inviernos eran fríos, como corresponde, actualmente vivimos en el desconcierto y por las mañanas no sabemos qué ponernos para salir a la calle.

Afortunadamente los urbanistas municipales piensan en los fotógrafos y diseñan interesantes paisajes con los cuales ejercitar nuestra afición a la geometría.