Pantafotos

A llí en mi barrio, a escasas dos o tres cuadras de distancia de mi hogar, dulce hogar, imperan el caos y la destrucción. Incontenible, pese a las alambradas de alambre de púa que alguien extremadamente ingenuo colocó a su alrededor, el caos se yergue oscuro, aullador e implacable, con la cabellera formada por edificios en llamas y alguna explosioncita nuclear que otra. Por lo menos es colorido, lo que no es poco, tomando en cuenta la grisalla habitual que envuelve nuestra ciudad como una muralla de tedio.

L a tarde era gris y como era sábado el centro estaba casi vacío. Con pasos lentos pero deliberados y sin necesidad de servirse de su bastón, que parecía llevar casi como una rueda de auxilio, para usar en caso de necesidad, el hombre recorría las veredas grises envuelto en una atmósfera gris y melancólica, muy montevideana. Es muy probable que no se dirigiese hacia ningún lugar en particular y simplemente se paseaba por el placer de hacerlo, dejando el tiempo deslizarse sin prisa, como si fuese eterno.

E l parque lucía inusualmente calmo a esa hora y me interné por el sendero que llevaba al grupo de árboles más cercano sin hacer ruido. Al llegar al claro divisé el característico pedestal sobre el cual, posado como sobre una aguja, había un huevo. Era grande, curiosamente esférico y estaba roto; el ave que había albergado ya no estaba. Por sus características y ubicación, comprendí que se trataba de un huevo de Ave Roc y que el pequeño monstruo había emprendido vuelo. Retrocedí apresuradamente, desandando mi camino a los tropiezos hasta que me alejé del cada vez más sombrío parque, nunca confié completamente en esas veleidosas aves gigantes. Al atardecer y durante los amaneceres cálidos en ciertas épocas de año, el Parqué Rodó puede llegar a ser un lugar  sorprendentemente peligroso.

S e avisa a los cibernavegantes que visitan esta página que en el día de la fecha salió un reportaje sobre el autor -o culpable- de este blog/página en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo, que fuera realizado por Pablo Fernández y puede verse online acá.

C aía la tarde y las luces del centro se encendían anticipándose a la noche. La gente se apresuraba a regresar a casa, no tanto por miedo a los inherentes peligros de la oscuridad, sino a prender la tele, me temo. Salvo ese trío: dos de sus integrantes iniciaban su enésima batalla del día mientras el tercero los observaba, crítico y por momentos alentador. Ellos no parecían preocupados por los eventuales merodeadores que suelen atraer las tinieblas, bastante tenían ya con cuidar de la seguridad de sus hostigados  reyes y reinas.

S e echó a dormir un rato, tras abrir la ventana para dejar entrar la brisa del atardecer. Afuera se veía un viejo ombú acomodado sobre el prado de verde pasto que lo separaba del tumulto de la ciudad, un poco más allá. Nada como descansar cerca de la campiña para tener dulces sueños.

P or la tarde, cuando mucha gente se encaminaba a su casa, esta lectora aprovechaba para leer unas cuantas páginas de su libro sentada en el umbral de un comercio. Tiempo bien aprovechado, sin duda.

P or supuesto que no todos los que acudían a la celebración de la Virgen del Carmen  de La Tirana se autosometían a penitencias tan severas como los de las fotos anteriores. El músico de la foto de hoy apenas tenía que soportar el aburrimiento de tener que aguardar a que le llegase el turno de bailar dentro del templo a su comparsa de promesantes.

A lgunos fieles que cumplen promesas hechas a la Virgen de la Tirana no se contentan con recorrer las calles de rodillas, como este hombre joven, que se arrastraba con el pecho desnudo, penosamente, tanto que al final de su recorrido era asistido por voluntarios de la Cruz Roja, que infructuosamente intentaban hacerlo desistir temiendo que se hiciese daño seriamente.

E sa mañana en el pequeño poblado de La Tirana hacía frío, después de todo estábamos en julio. No quiero ni pensar lo que debía ser recorrer casi un kilómetro de rodillas por las calles de tierra hasta el santuario. No, no me lo digan, por favor, dije que no quería saber.

T ras un ratito de buen tiempo y cielo despejado, el clima invernal retorna una vez más, con frío, lloviznas y posiblemente nieblas, no tanto como en el norte de Chile por las mañanas, adonde la "camanchaca" impera a su antojo pero lo suficiente para ocultarnos al sol.

T repada a su atalaya como el pequeño vigía lombardo, Nani vigila la casa desde lo alto, nunca se sabe cuándo temibles maripositas o incluso peligrosas cucarachas puedan abalanzarse sobre los habitantes de la casa. Con la pequeña Nani siempre atenta, uno puede descansar tranquilo.

E n Leh, una imagen de orden y simetría conseguida no sé cómo en medio del maravilloso desorden que reina en las calles de la India. En el fondo la fotografía no es más que un ingenioso engaño...

H ace años, decenios, que vengo fotografiando lustrabotas en la Plaza Libertad y he publicado algunas en este sitio. Hoy venía hacia la agencia y súbitamente el efecto de contraluz recortando esta silla, para el cliente, y el modesto banquito del lustrabotas, me recordó imágenes de mucho tiempo atrás.¡Clic!

E l viento estaba furioso y con embates cada vez más violentos trataba de causarle el mayor daño posible a la ciudad. Pero no lo conseguía, los constructores de los altos edificios no habían escatimado esfuerzos para hacerlos fuertes y resistentes a los veleidosos meteoros. Por eso, ya que no podía tirarlos abajo, al menos hacía lo posible por fastidiar y soplando con furia había logrado desvestir parcialmente a uno de ellos.

N unca supe bien qué anunciaban o vendían, no me molesté en averiguarlo, pero yo no suelo hacerle caso a los carteles publicitarios, de todos modos.

H oy está nublado y en cualquier momento puede comenzar a llover, nunca se sabe con este clima postmoderno que estamos teniendo. El día de la foto llovía, una lluvia fina, como la de Vallejo: "En Lima... En Lima está lloviendo/el agua sucia de un dolor... ", pero esta vez no era en Lima sino en la lejana McLeod Ganj, en el norte de la India,    adonde vive el Dalai Lama  y también allá la lluvia mojaba.

E stos dos o tres últimos días he estado recordando a la lejana Leh, la capital de Ladakh, en el norte de la India, una región conocida como "el pequeño Tibet". Me gustaría regresar con un poco más de tiempo y mejor clima, es un mundo lejano y misterioso, cierro los ojos y creo estar allí otra vez, como en un sueño.

E sta mañana, de camino a la agencia, me crucé con esta marcha del SUNCA, el sindicato de los obreros de la construcción, en pleno 18 de Julio. Estaba anunciada desde hace días, enmarcada en un paro de 24 horas motivado por un accidente fatal de un compañero (¡otro más!). Mientras la atravesaba escuché que un obrero joven decía " Es por los sueldo s". Bueno, por los sueldos o por la seguridad, lo cierto es que los obreros de la construcción siguen teniendo muchos motivos para salir a protestar.

A yer por la tarde, tras un buen rato atravesando, no sin cierta dificultad, las calles inundadas por los coches de los que querían llegar a casa a tiempo para el partido entre Uruguay y Colombia, pasé frente a este bar en el cual los parroquianos miraban todos hacia el lugar adonde estaba la pantalla de la tele. Afuera se había instalado un férreo silencio, éramos pocos los audaces que andábamos por la nuestra desafiando la oscuridad.. Adentro se escuchaba únicamente el ruido de las mandíbulas al triturar la pizzas y alguna que otra exclamación de júbilo o de desaliento emitidas casi al unísono.

E sa tarde lloviznaba en Shanghai y los visitantes del centro comercial se habían refugiado bajo las sombrillas para ver la tele.

T ras el agotamiento del fin de semana -descansar exige mucho del cuerpo humano- creo que es pertinente tomarse las cosas con calma, como este joven pequinés, que sabía perfectamente lo que hacía.

H a vuelto a salir el sol, las malignas nubes abandonaron nuestro cielo y comenzamos a secarnos lentamente. Agradezcámosle a alguien, a un dios cualquiera, a Hanuman, por ejemplo, el dios-mono amigo y compañero de Rama, que a los efectos es tan bueno como cualquier otro.

E stamos aguardando a que se repliegue el inoportuno cambio meteorológico con su lluvia no deseada para poder volver a salir a pasear por la rambla a deslizarnos sobre el pasto con nuestros hermosos patines rojos.¿Acaso es mucho pedir, a esta altura del año?

D icen, predicen, que este fin de semana va a llover y los sacrificados pescadores de fin de semana, como estos tres, no van a poder practicar su afición, al menos si quieren permanecer más o menos secos. Veremos; las predicciones meteorológicas en los últimos tiempos se han mostrado menos acertadas que las previsiones de los economistas acerca del valor de la moneda.

L a pareja miraba con embeleso a su pequeño dando sus primeros pasos en su promisoria carrera de astro del balón. O simplemente querían verlo jugar, era un espectáculo muy interesante, un montón de ratoncitos correteando atrás de una pelota apenas más chica que ellos.

S in su público vociferante y alegre (o triste), el portón lateral del estadio de Defensor Sporting parecía más bien la entrada de un campo de concentración, sólo faltaban las torres de vigilancia con  faros y ametralladoras. Sin embargo, como van las cosas con la recurrente violencia en el fútbol, probablemente en algún momento lleguen a instalarlas.

D elgadas y desnudas, las mutiladas ramas de los plátanos apuntan hacia el cielo como los dedos de un esqueleto, como los árboles torturados de los grabados de Goya en "Los desastres de la guerra", pidiéndole que continúe así, azul y casi despojado de nubes como ahora, que deje circular al sol un poco más, que ya el invierno hizo lo que debía y ahora tiene que llegar la primavera, pronto, por favor...

A yer domingo la Rambla Sur estaba llena de gente, hacía una tarde magnífica para pasear, leer, charlar y pescar, aunque por momentos parecía como si los pescadores arrojasen el anzuelo en el lugar equivocado.

S upongo que eran hermanas, por el parecido. La de la izquierda, la mayor y ostensiblemente más sensata, trataba, no me cabe duda, de proteger a la otra, joven y un tanto alocada, con cierta tendencia a pasearse en paños menores por la principal avenida de la ciudad. ¡Qué suerte tiene esta última de tener una hermana tan responsable y protectora!